Macondo

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Por: Luis I Sandoval / El Espectador.

En días pasados tuve oportunidad, con varios amigos, de pasar unas horas en Aracataca las cuales aprovechamos para recorrer las calles de la población que, dicen, tiene ya cerca de 45.000 habitantes y para visitar la estación, la casa natalicia de Gabo y la casa del telegrafista.

Igualmente pude ver y sentir, varias veces en una hora, el paso raudo y ruidoso del tren de la Drumond que, con sus 140 góndolas cargadas de carbón, hace temblar la tierra, agrieta las casas y ensordece la gente. Impresionante la cantidad de murales políticos correspondientes a la pasada campaña para congreso de la república, ninguno referido a la actual campaña presidencial.

Hoy de manera similar a los tiempos de infancia de Gabo, los años 20 y 30 del siglo pasado, un pueblo de clima caluroso y talante acogedor, con abundancia de mangos, mamoncillos, corozos y palma aceitera, sobrevive a los enclaves mineros y agroindustriales que a diario le producen deterioros irreparables, y a la política sobreactuada y corrupta que no soluciona ningún problema a tiempo.

Algo queda del ambiente y las circunstancias que permitieron a Gabo revelar la existencia del realismo mágico. Solo en Aracataca puede ocurrir que un modesto granero se llame hoy La Mano de Dios. Una lúcida anciana, que leía plácidamente al borde de la calle de la Biblioteca Municipal Remedios La Bella, nos relató que en ese sitio vivió Luisa Santiaga antes de trasladarse a la casa donde tuvo a Gabito.

La Casa de Gabo era precisamente el objeto principal de nuestra fugaz visita. “Mi recuerdo más vivo y constante es el de la casa misma de Aracataca donde vivía con mis abuelos. Todos los días de mi vida despierto con la impresión, falsa o real, de que he soñado que estoy en esa casa, estoy allí, sin edad y sin ningún motivo especial, como si nunca hubiera salido de esa casa vieja y enorme”.

Espaciosa, ventilada, esmeradamente pintada, jardín florecido y arbustos podados, muebles restaurados, incluida la cama de retablos metálicos donde nació Gabo. Con seguridad esta no era la casa a la que un niño de siete años entraba corriendo o donde leía Las Mil y Una Noches, en versión infantil. Esta casa perfecta de hoy es la casa museo del Nóbel Gabriel José García Márquez.

En ella como era antes, sombreada por árboles grandes, cubierta en parte por enredaderas y con entrada polvorienta nació el realismo mágico. “La ilógica de la vida no tiene fin. Dicen que he inventado el realismo mágico, pero solo soy el notario de la realidad, incluso hay cosas reales que tengo que desechar porque sé que no se pueden creer”.

Un país se refleja en su literatura pero, a su vez, la literatura moldea ese país. Gabo, con su realismo mágico, acuñó una percepción de Aracataca y de Colombia que se conoce como Macondo. En Macondo todo es descomunal: el bien y el mal, la alegría y la tristeza, la fiesta y la tragedia. Macondo es la expresión sublime de un pueblo a la vez atormentado y alegre como el colombiano.

En Macondo se expresa lo excepcionalmente singular de nuestra alegría y lo excepcionalmente singular de nuestra tragedia, ambas inmensurables. Macondo es la manifestación más sobresaliente e inclusiva del realismo mágico. Comparto que “Macondo no es un lugar del mundo, es un estado de ánimo”.

El grupo de amigos, militantes del movimiento de paz, terminamos el recorrido en el El Patio Mágico de Gabo y Leo Matiz restaurando nuestras fuerzas con la amable y diligente atención de su dueña Dona Dilia Todaro.

lucho_sando@yahoo.es / @luisisandoval

 

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